"México mío y ajeno"

Es algo extraño — a pesar de ser Mexicana nunca me he sentido completamente Mexicana. Escucho las canciones ardidas de banda y recuerdo múltiples noches de peda y la radio de mi camioneta; como tacos y me transporto a juntadas familiares, a posadas; escucho Luis Miguel y me siento en el carro de mi Mamá, escucho las palabras güerita, no mames, wey, y siento su familiaridad. Y sin embargo son más las cosas de mi país y cultura que me parecen ajenas y misteriosas que aquellas que siento familiares o mías.

Por eso viajar por México siempre me ha parecido una experiencia tan interesante.

Y en parte esto se deba a lo interesantísimo que es la cultura Mexicana en sí — tan variada; con su particular mezcla hispano-indígena; con su abundancia en absurdismos y surrealismos; con su esencia tan intensa, tan cínica, tan supersticiosa. Pero creo que gran parte de mi interés de mis viajes por México viene de esta peculiar sensación de encontrarme con algo que es tan intensamente familiar como lo es intensamente misterioso.

Cada encuentro con una ciudad o pueblo Mexicano han sido encuentros fascinantes que me han llenado de un extraño sentimiento de añoranza o melancolía — esos sentimientos que evocan algo íntimo y personal pero que son acompañados por un vacío. Haber viajado al pueblo mágico de Real de Catorce, el cual está a pocas horas de donde crecí, es un ejemplo de ello — a pesar de estar a menos de 500 kilómetros de mi casa, a pesar de que compartimos la cultura que la designación geográfica del norte de este país induce, estar en Real de Catorce invocó en mi tanto sentimientos místicos como familiares.

Me siento afortunada de poder apreciar con cierto grado de capacidad — de poder entender y hasta relacionarme con — lo peculiar de la cultura mexicana, porque cuando vi una escultura de Jesus herido encasillada en un vidrio en una de las iglesias de Real de Catorce; cuando caminé por el cementerio lleno de flores plásticas y parafernalia mexicana adornando sus tumbas; cuando escuché el testimonio de un habitante de Real de Catorce, quien, con completa sinceridad, insistía haber presenciado y escuchado los espíritus de las viejas minas; cuando vi a una procesión religiosa caminar con cantos casi tétricos a través del pueblo; entendí parte de su origen y motivo, y fuera de parecerme todo esto fantástico y ridículo, como le pudo haber parecido a un extranjero, la complicada y extraña lógica de su origen me pareció bellísima y comprensible.

Así siempre se ha sentido México para mi, algo íntimo que, a pesar de su familiaridad, no se siente mío. Quizás sus secretos y misterios son muchos y su variación de cultura, la cual depende de la región, es demasiado ajena a mi. De cualquier modo el misticismo de esta cultura, así como su origen y lo que liga a estos dos, me parece bello, fascinante, increíble. Por eso quiero seguir viajando por México, porque quiero seguir explorando este mundo que se siente casi mío pero aún así, ajeno.

Por: Gabriela Chavez
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